Allí estaban. Los sabores: dulce, saladito, suave, un poco picante, amargo y alegre. Los ritmos: lentos e incomprensiblemente hermosos y animados en el gesto solo, en un pequeñísimo movimiento de la cabeza. Y la flauta y la voz. La voz. Nos acarició el alma y nos arrimó el verano y la luna. El frío afuera. El gintonic clinqueante y sonreir. Escúchala entera. Escucha el final que acaba mucho más tenue. Estaba el silencio, casi el silencio. Un concierto con pausa para fumar y helarse. Volver al calorcito, a la bossa nova. Estaban también los colores y las pequeñas nieblas, las concretas. Estaba lo íntimo y lo pequeño. Lo sutil, lo más sutil aún. Creer que es posible. Estábamos nosotros nuevos y nuestros amigos viejos.
En el fondo de su pecho callado, en el pecho de los desafinados también late un corazón.
7 comentarios:
Con dedicatoria:
http://youtu.be/CkuaF2JrcV4
Del cabreo, bien, gracias.
Oh, sí. Lo nuestro fue más humilde, claro. Si la vida fuera con música en directo siempre... otra vida sería. Pero mira, como no, pues del cabreo bien también, gracias.
Regalazo navideño, Sarracena. Gracias.
Ayer encendiendo la cuarta vela había más luz, pero también más calor. Porque no basta con ver, también necesito/amos que se nos caldée el corazón. Como con esta música que cuentas,de cálidas lentitudes. Cuantísimo me alegro.
¿Eres de Veloso o de Gilberto? A mi me gustan juntos.
Me gustan todos, más cuanto más desafinados...
El sábado cantaba Mateo Rived, un chico jovencísimo y desafinadísimo también.
Más calorcito, por favor.
...me encanta como la cantas tú, mi comandante.
Pues hombre, en su momento pudiera ser. In illo tempore.
Lolo...:)
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