Llamaremos aquí cosas a todo lo que nos rodea y no echaríamos nunca de menos. Las cosas son esos miles de bártulos ambulantes que ocupan espacio en nuestra casa, en nuestra vida. Son esos titos que acumulamos con los años y nos duele tirar porque son recuerdo de un momento, regalo de alguien, compra sin sentido o solución de emergencia que fue resuelta más tarde. Son, en fin, los jarrones azul turquesa guardados en la misma caja hace siete años.
Son cosas también las gorras de propaganda, las camisetas conmemorativas, las felicitaciones de Navidad de antes de este siglo, las cartulinas dobladas de cuando iban a primaria, las medias de rayas de la abeja Maya, los ceniceros rotos y pegados, las llaves de hace cuatro bombillos, el rallador oxidado, los pinchitos morunos, los marcos sin cristal, las toneladas de piedras recogidas en la playa en los 90's, las cajas de cassete vacías, las perchas rotas que enganchan lo que les cuelgues, las cajitas de acuarelas gastadas, la plancha de repuesto que no funciona, la varilla del antiguo minipimer. Y son cosas los bolsos que ya nunca me pongo, los por si acaso, los vestidos de cuando éramos novios... son cosas.
¿Para qué quiero yo las monturas de tooooodas las gafas que hemos llevado en esta casa?, ¿y sus fundas?. ¿Para qué los móviles y cargadores desde que nos dejamos seducir por el invento?.
Sí, ya he organizado una tómbola con un millón de cositas de estas. En buen estado, claro. Y funcionó a las mil maravillas, que lo digan los que estaban. Aún así. Menos. Tiene que haber menos. Este post podría ser mucho más corto. No subo foto.
Quiero convertirme al más radical minimalismo. Creo que no voy a poner ni los libros en la estantería. En el espacio que hay, que haya espacio. La era de las cosas acaba. Bienvenida la era de... aquí no entra ni una sola bolsa más. Excepción hecha de lo de comer, claro.
P.S: Dice mi asesor metabloguero que de los zapatos mejor hablo otro día.