No tendría más de seis años. Comíamos en casa de los abuelos. Y mientras en el comedor seguía la sobremesa, nosotras nos retiramos a aquel cuartito para jugar a papás y mamás. Siendo P. la hija, claro. Entonces... es posible que yo tuviera más de seis años, no podía ser tan pequeña mi hermana.
Recuerdo los cacharritos con los que preparamos la comida; P. me ayudó a deshacer la goma Milán con la que cocinamos el puré. Sería de patata o espinacas, porque era blanco, verde como mucho.
Una vez tuvimos la goma reducida a grumitos pequeños, la textura era casi perfecta, empezamos a jugar.
Te lo comes, venga. Y ella que no, que no le gustaban los purés tan fríos. Y yo que sí, que es muy bueno y está calentito, mira. Y que no ella, que no era tonta aunque fuera pequeña. Y a mí que se me estaba rebelando mi hija y eso no era posible, que en casa había que comérselo todo.
Me vino a la cabeza entonces la frase, a alguien se la habría oído, no quiero seguir pensando.
Si no te lo comes te lo meto por la nariz.
Y como P. se resistía como un animalito y yo tenía que cumplir mi misión de alimentarla por encima de todas las cosas, la cogí con mucho cariño y aunque haciendo algo de fuerza empecé a meterle el puré por la nariz y P. a llorar, y eso que siempre fue muy buena, y luego a toser y a ponerse roja, muy roja. Hasta que vino mi abuela a salvarla. Luego mis padres, y ya no me acuerdo de más.
Quiero pedirte perdón, P. por aquel día y también por haberlo contado. Quiero decirte que no voy a tomarme tan en serio las cosas.